EL CONTENDOR POR LA FE

Dedicatoria:



A la Revista Evangélica homónima que se publicó entre los años 1924 al1993. A sus Directores y Redactores a quienes no conocí personalmente, pero de quienes tomé las banderas, para tratar de seguir con humildad el camino de servir a Dios trazado en la revista durante casi 70 años.



miércoles, 18 de agosto de 2010

Temas generales: Capítulos III al VI

CAPÍTULO III


Nunca se enfrentó Dios a un desafío más grande que este de resolver cómo podía seguir siendo Justo y, sin embargo, declarar a los pecadores perdonados. ¿Cómo podría Dios satisfacer los requisitos de su absoluta Rectitud, la cual no podía permitir que nadie que fuera menos recto entrara en su presencia?

Tanto la Justicia como el Amor, tenían que conciliarse, pero ¿cómo podía hacerse esto cuando la demanda justificable contra el hombre rebelde era la de proscribirlo para siempre de la presencia del Santo Dios? ¿Puede un juez, cuyo hijo haya quebrantado la ley, poner a un lado la ley para poner en libertad a su hijo?

La respuesta la encontraremos luego de analizar los siguientes argumentos. Para poder entender la naturaleza de la “deuda de pecado”, tenemos que regresar en el tiempo hasta los tribunales de justicia en lo criminal que hubo en el Imperio Romano.







EL DELITO EN LA ANTIGUA ROMA



CAPÍTULO IV

En los días del gran dominio de Roma, César asumía que todo ciudadano romano le debía perfecta lealtad y obediencia a sus leyes. La Justicia estaba pronta a reforzar esta presunción, y si algún ciudadano quebrantaba cualquier ley de la tierra, pronto tenía que comparecer ante el Tribunal o ante el mismo César. Si se comprobaba que el hombre era culpable de haber quebrantado la ley, y se le sentenciaba a prisión, se hacía una lista en la que figuraba cada una de sus faltas, y su correspondiente castigo. Esta lista era, en esencia, un informe sobre cómo tal hombre había dejado de vivir conforme a las leyes del César.

Se le daba el nombre de CERTIFICADO DE DEUDA.

Cuando se llevaba al hombre a la prisión, el certificado de deuda se clavaba en la puerta de la celda, de modo que cualquiera que pasara por allí, podía decir que el hombre había sido justamente condenado, y también podía ver las limitaciones de su castigo. Por ejemplo, si el hombre había resultado culpable de tres crímenes, y el tiempo total correspondiente de prisión era de veinte años, entonces sería ilegal mantenerlo encerrado allí durante veinticinco años. Todos podían ver eso. Cuando el hombre había cumplido su tiempo de prisión, y era puesto en libertad, se le entregaba el amarillento y raído “certificado de deuda” sobre el cual se colocaban las palabras “TOTALMENTE CANCELADO” No lo podían volver a arrestar jamás por esos crímenes, mientras él pudiera presentar su certificado de deuda cancelado. Pero mientras no se hubiera cumplido la sentencia, el certificado de deuda permanecía entre el preso y la libertad, dando testimonio sobre el hecho de que el hombre que allí estaba encerrado, no había vivido conforme a las leyes de Roma y, por lo tanto, era en esencia, una ofensa para el César.





CAPÍTULO V



Como ya hemos visto, el hombre le debía a Dios y a sus Santas Leyes perfecta obediencia,(leyes que se encuentran resumidas en los diez mandamientos y en el sermón del monte). Por el hecho de que el hombre no se ha elevado hasta esta norma de perfección, se ha convertido en una ofensa contra el mismo carácter de Dios, y el Tribunal Eterno de Justicia ha pronunciado la sentencia de muerte contra él. Se preparó un certificado de deuda para toda persona que viva alguna vez, en el cual se enumeran sus faltas al no vivir de acuerdo con la ley de Dios en pensamiento, palabra y obra. Esta sentencia de muerte llegó a ser la DEUDA DE PECADO, que es la que hay que pagar, sea que la pague el hombre, o en caso de que sea posible, alguna persona que esté calificada para tomar su lugar. (Colosenses 2:14). Al analizar esta barrera que surgió entre el hombre y Dios, es decir, la “deuda de pecado”, podemos comprender que el problema del hombre es, realmente, doble: en primer lugar está el hecho de que Adán y Eva pecaron, perdieron su relación y comunión con Dios, y se introdujo en ellos una naturaleza de pecado y rebelión contra Dios, y por medio de ellos pasó a todos sus descendientes. Esta naturaleza pecaminosa es la fuente de todos nuestros actos de pecado, y es una de las principales razones por las cuales no somos aceptables para relacionarnos con Dios. En segundo lugar, la DEUDA DE PECADO en que incurrieron ellos y toda la humanidad , tiene que pagarse. La sentencia contra esta deuda es la muerte, y hay que pagar la condena; bien la pagamos nosotros o alguien que esté calificado para tomar nuestro lugar. ¿Podemos nosotros pagar la deuda?



CAPÍTULO VI



Puesto que eran seres humanos los que habían pecado o incurrido en una deuda que mereció la sentencia de muerte física y espiritual, otro verdadero ser humano tendría que ser ante Dios el sustituto permanente y final de los pecadores. Tendría que ser alguien escogido por Dios que pudiera estar calificado para presentarse como sustituto y recibir el castigo de la agraviada ira de Dios contra todo pecado que se cometiera alguna vez. La cubierta para el pecado que ofrecían los sacrificios animales nunca incluyó TODOS los pecados del hombre. Y, por supuesto, no ofrecía ninguna provisión para los hombres que no participaban del rito.

Pero, para que un hombre estuviera calificado para tomar el lugar del juicio, y llevar sobre sí los pecados de la humanidad, hubiera que tenido que cumplir cinco requisitos:

Primero: hubiera tenido que ser un verdadero ser humano, nacido en este mundo del mismo modo en que nacen los otros hombres

Segundo: hubiera tenido que estar libre de cualquier pecado personal, pues en el caso de haber cometido algún pecado, hubiera estado bajo la condenación de Dios. Hubiera que tenido que nacer sin naturaleza de pecado, en la misma forma como Adán fue creado sin ella. No hubiera podido cometer ningún pecado en ningún tiempo de su vida, y sin embargo, hubiera tenido que estar sometido a tentaciones reales, así como Adán estuvo sometido a ellas.

Tercero: hubiera tenido que vivir bajo la ley de Dios y guardarla perfectamente. Hubiera tenido que ser absolutamente recto en naturaleza y acciones, de modo que el Santo Carácter de Dios hubiera quedado satisfecho por el hecho de que hubo un hombre que nunca quebrantó la ley de Dios, ni una sola vez, ni en pensamiento, ni en palabra, ni en obra.

Cuarto: hubiera tenido que tener un pleno conocimiento de lo que estaba haciendo.

Quinto: Hubiera tenido que estar dispuesto a aceptar para sí la culpa de la humanidad, y a ser juzgado y condenado a muerte por esa culpabilidad, en lugar de la humanidad y a favor de ella.

¿Conoces a ese hombre que cumplió todos esos requisitos?

No hay comentarios:

Publicar un comentario