EL CONTENDOR POR LA FE

Dedicatoria:



A la Revista Evangélica homónima que se publicó entre los años 1924 al1993. A sus Directores y Redactores a quienes no conocí personalmente, pero de quienes tomé las banderas, para tratar de seguir con humildad el camino de servir a Dios trazado en la revista durante casi 70 años.



viernes, 22 de abril de 2011

UN PARÉNTESIS EN LA SEMANA SANTA

 
En esta semana, donde el mundo cristiano se ha puesto de acuerdo para conmemorar el sacrificio de Nuestro Señor en la cruz del Calvario, su muerte, su sangre derramada en propiciación por los pecados del género humano, su posterior resurrección luego de tres días en la tumba, y luego la aparición del Señor a María Magdalena, a los discípulos que iban en camino a Emaús y a los otros apóstoles, y muchos más, hasta su separación de ellos cuando “fue llevado arriba al cielo”. Prácticamente en estos hechos se concentra toda la esencia de nuestra Fe cristiana, pero voy a gozarme en la resurrección del Señor más que en otra cosa, porque como dice el Apóstol Pablo en:
1Co 15:14  Y si Cristo no resucitó,  vana es entonces nuestra predicación,  vana es también vuestra fe.
1Co 15:20  Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos;  primicias de los que durmieron es hecho.
      Por tal motivo voy a centrar mi reflexión en esta Semana Santa, en dos episodios ocurridos luego de la resurrección del Señor que me han conmovido profundamente.  El primer episodio relata el encuentro de Jesús con los dos discípulos que se dirigían a Emaús y  de cómo ellos, que no lo habían reconocido aún mientras caminaban juntos, invitaron a Jesús a  quedarse con ellos porque ya anochecía y, comiendo con ellos, al tomar el pan bendecirlo y partirlo “les fueron abiertos los ojos y lo reconocieron”. El comentario de los dos discípulos luego que Jesús desapareció de la vista de ellos “Lucas 24:32  Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros,  mientras nos hablaba en el camino,  y cuando nos abría las Escrituras?”.      Yo no sé si al lector le ocurrirá lo mismo que me ocurre a mí, pero cada vez que leo Lucas 24:32, y me pongo en el lugar de esos discípulos, se estremece mi corazón, se sacude mi alma, y  pregunto: Señor ¿cuántas veces caminaste a mi lado sin que yo lo advirtiera, cuántas veces abriste las Escrituras delante de mis ojos y no supe encontrar tu consejo?. Pero un día, por Tu misericordia, fueron abiertos mis ojos y desde entonces caminas delante de mí y yo te sigo.
      El segundo episodio ocurrido luego, cuando el Señor ya había subido a los cielos, es el que protagoniza Saulo de Tarso. En plena persecución de los cristianos “respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor”;  se relata en: “ Hechos 9:3  Mas yendo por el camino,  aconteció que al llegar cerca de Damasco,  repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo;    4  y cayendo en tierra,  oyó una voz que le decía:  Saulo,  Saulo,  ¿por qué me persigues?     5  Él dijo: ¿Quién eres,  Señor?  Y le dijo: Yo soy Jesús,  a quien tú persigues;  dura cosa te es dar coces contra el aguijón.    6  El,  temblando y temeroso,  dijo: Señor,  ¿qué quieres que yo haga?”
Seguramente Saulo habría estado presente y habría escuchado varios de  los discursos de los discípulos y seguidores de Jesús, y es de suponer que las palabras del incipiente evangelio,   sonaban a blasfemia en sus oídos, pero en forma subliminal se estaban instalando en lo profundo de su corazón. En Hechos 6:5 se describe a Esteban como  “varón lleno de fe y del Espíritu Santo”  y en Hechos 6:8  dice “Y Esteban, lleno de gracia y de poder hacía grandes señales y prodigios entre el pueblo”.   Esteban provocó la oposición de judíos helenistas no creyentes quienes mediante falsos testigos sobornados declararon que el mensaje de Esteban atacaba al templo y la ley de Moisés, por esto fue enjuiciado; pero durante el juicio la turba era incapaz de esperar las nimiedades de un juicio y sin pronunciar oficialmente un veredicto o sentencia lo arrastraron fuera de la ciudad y le apedrearon.
      A partir del hecho de que los testigos dejaron sus vestidos a los pies del joven que se llamaba Saulo, el lector llega a saber no sólo que Saulo estaba presente, sino también que él no era uno de los testigos contra Esteban. Del mismo modo, en 8:1 el hecho de que el texto mencione explícitamente que él consentía en su muerte probablemente significa que no participó activamente en la lapidación. Es interesante que esto también incluye a Pablo entre aquellos por los cuales Esteban oró para que Dios no les tomara en cuenta este pecado, como un eco de las palabras de Jesús en Lucas. 23:34, 46.
Hago este análisis de la actitud que tenía Saulo contra los cristianos para poder exponer con mayor énfasis la metamorfosis, el profundo cambio que el llamado de Dios produce en la vida del hombre. Saulo, hasta ese momento, impregnado en un fariseísmo absoluto, había estado “dando coces contra el aguijón”; ¿cuántos de nosotros en el transcurso de nuestras vidas no habremos estado dando coces contra el aguijón?  Muchas veces nos preguntamos ¿por qué las cosas no salen como yo quisiera o como las planifiqué?. Cuando esto ocurre, en lugar de quejarnos y decepcionarnos, deberíamos  preguntarnos: ¿agrada a Dios lo que estoy haciendo o planificando? ¿no será lo que hago, contrario a la voluntad del Señor? Porque de ser así, estaremos dando coces contra el aguijón.
Saulo fue golpeado por la luz del Señor y cayó de su caballo a tierra. En ese mismo instante deben haber aflorado desde lo profundo de su conciencia esas palabras que él rechazaba como fariseo pero que, en forma subliminal habían sido puestas en su alma, por el mismo Señor, el que fue perseguido por él. El mismo Señor que en un instante, ahora con poder y con gloria, lo derribó del caballo,  lo postró a Sus pies y cegó sus ojos para que ya no viera más con ojos de orgulloso  fariseo legalista, sino que al caer las escamas que impedían su visión, pudiera contemplar con ojos de cristiano la nueva vida que, en la gracia de Dios, Cristo había planificado para él.   Breve diálogo entre Saulo, y su Señor el que se nos narra en Hechos 9:3-6 y es conmovedora la actitud y la pregunta de Saulo (que pronto se llamaría Pablo): “Señor ¿Qué quieres que yo haga?” ¡Qué asombroso! Pablo en el suelo, temblando y temeroso, sin erguirse, humillándose ante el Señor rindiéndose incondicionalmente, dejando atónitos a los hombres que viajaban con él, el mismo que ordenaba y disponía de la vida y de  la muerte de aquéllos a los que perseguía, ahora rendido a los pies del Salvador poniendo su vida a disposición de Él.
Esta estremecedora escena manifestándose el poder de Dios en un hombre que lo rechazaba, que perseguía y enviaba a destruir todo lo relacionado con Cristo, en un instante, en un golpe de luz, ¡cambiando totalmente el rumbo de su vida!
Meditemos a qué conclusión nos lleva esta narración de este encuentro personal de Pablo con el mismo Jesús: cuando el Señor te baja del mundanal caballo, te alumbra con Su Luz y hace caer las escamas de tus ojos, ¿te has detenido a preguntarle: Señor :Qué quieres que yo haga?  Recién cuando haces esta pregunta estás admitiendo, como lo hizo Pablo, el señorío de Cristo en tu vida y ese es tu punto de partida en tu vida de verdadero creyente. Quizás en algún culto habrás hecho una oración con la guía de un pastor en la que aceptabas a Cristo como tu salvador, quizás te hayas bautizado, quizás te congregas en tu Iglesia, pero si a la mañana, al abrir tus ojos, y durante el día cuando emprendas una tarea o debas tomar una decisión no preguntas Señor: ¿qué quieres que yo haga? y no buscas la respuesta en la guía del Espíritu Santo, estás incompleto porque aún no está completo el señorío de Dios en tu vida y no sea que comiences a  “dar coces contra el aguijón”.
¡Vamos!, si en esta Semana Santa has encontrado un lugar para la reflexión, el Señor está esperando que le hagas la pregunta: Señor ¿Qué quieres que yo haga?

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