Parte II
Por El Contendor
La codicia alcanza la máxima expresión de malignidad cuando se apodera
del corazón de la clase gobernante de un país.
Las riquezas con las que Dios ha querido bendecir a un país no son
para el uso y goce de los que gobiernan; ellos deben asumir que son simples
mayordomos o administradores de esas riquezas y que con sus actos de gobierno
deben procurar que esa riqueza, que no les pertenece, sea distribuida
equitativamente en función del bien de sus gobernados.
Pero el poder, cuando Dios está
ausente en el corazón del poderoso, despierta la codicia, cauteriza la
conciencia y “dice el necio en su corazón:
¡no hay Dios!” entonces “¿quién me pedirá cuentas?”
Entonces el gobernante codicioso, liberado de todo tipo de
inhibiciones, aprovecha las facultades que le confiere su cargo para tejer, a
su medida, una red de impunidad que lo proteja del único obstáculo: el pueblo,
los ciudadanos comunes, que se interpone entre él y las riquezas ilimitadas.
Cuanto más riquezas acumula el gobernante codicioso, más apetece
seguir acrecentando su fortuna, pero como vislumbra que no le alcanzará el tiempo
de su vida para dilapidarla entonces, como una extensión de su ego, comienza a
repartir el “excedente” entre sus familiares más próximos, luego con los más
lejanos y también incluye a sus amigos.
Pregunto al lector: ¿usted
derrocharía lo que ha ganado como fruto de un trabajo honrado? Yo opino que si usted piensa que ha invertido
horas de su vida y su esfuerzo físico o mental para obtener una retribución por
su trabajo, no querrá derrocharlo o malgastarlo.
Pero el gobernante codicioso, ahora enriquecido, junto con sus
funcionarios familiares y amigos, no tendrá escrúpulos para dilapidar aquello
de lo que se ha apoderado. Esa fortuna mal habida no le dolerá gastarla en
lujos y ostentación.
Semejante voracidad los hace semejantes a las pirañas que no dejan de
depredar hasta que solo queda el esqueleto.
¡Cuán devastadora y sin límite es la codicia de los gobernantes!
Raíz de
todos los males es el amor al dinero y más aún cuando los que aman el dinero son los que están puestos
como autoridades de un país; pues el
apetito insaciable de ellos arrebata el pan de las manos de los menesterosos y
apenas dejan las migajas que caen de sus
opulentas mesas para que se sacie el hambre de los pobres.
Estas migajas son las dádivas con las que se subsidian a aquellos
menesterosos que son reclutados para que aporten los votos los cuales
permitirán al gobernante codicioso mantenerse en el poder.
No es una fantasía el tema que he desarrollado en esta Parte II sobre
la avaricia y la codicia. Conozco un país donde una familia avara y codiciosa
ejerce un gobierno despótico que está vaciando las abundantes riquezas
provistas por Dios para esa nación, mientras sus habitantes bajan cada vez más
hacia la indigencia.
En este país el dinero acumulado por la codicia del gobierno y de sus
funcionarios, sale para refugiarse en los llamados “paraísos fiscales” y la
magnitud de lo enajenado perversamente es tal que para determinar el monto de
los billetes manipulados, ya no se los cuenta sino que se los pesa.
El amor al dinero es la raíz de todos los males porque para acumularlo
desmedidamente se violan las leyes humanas y las leyes de Dios. Se miente, se estafa, se odia, se roba, se
mata,
se somete, se esclaviza, se desprecia al prójimo, etc. etc. etc.
En el país donde los codiciosos gobernantes extienden la opulencia de
sus mesas, cada vez son más los menesterosos que están tendidos a la puerta de
estos ricos, como en la parábola del rico y Lázaro.
Y no tardará en llegar la hora de finalizar sus opulentas vacaciones
en este mundo, y entonces deberán partir tan desnudos como llegaron en un viaje
donde no se admiten equipajes; e irán los codiciosos al tormento eterno y
alzando sus ojos verán en el paraíso a aquellos menesterosos que por ellos
fueron despojados y clamarán los avaros por alivio para sus tormentos pero
recibirán del Señor, la misma respuesta que recibió el rico de la parábola:
(Lucas 16:25) …….”Acordaos que recibisteis vuestros bienes mientras
vivíais en el mundo, en tanto Lázaro recibía males; pero ahora éste es
consolado aquí, y vosotros atormentados.”
¡Regocijémonos si durante esta corta vida terrenal nos ha tocado
ocupar el lugar de Lázaro!
Nosotros, los creyentes nacidos de nuevo, recibimos el regalo de la
Gracia por medio de la Fe que ponemos en Jesucristo como nuestro Salvador. Y
por gracia somos salvos.
Siendo salvos
tenemos una preciosa promesa: 1Jn 2:25 Y esta es la promesa que Él nos hizo, la vida eterna; ¡esos son los tesoros
que tenemos acopiados en los cielos!
Los gobernantes codiciosos y avaros acapararon sus tesoros en la
tierra, pero nada podrán llevarse de este mundo sino la justa ira de Dios y su
justa condena. Él vengará a los que fueron víctimas de la codicia insaciable de
los gobiernos corruptos y el oro que acumularon se convertirá en ascuas que los
quemarán por toda la eternidad.
Romanos
12:19 No os venguéis vosotros mismos, amados míos; antes dad lugar á la ira; porque
escrito está: Mía es la venganza: yo
pagaré, dice el Señor.
Deuteronomio 32:35 Mía
es la venganza y la retribución;
A su tiempo su pie resbalará,
Porque
el día de su aflicción está cercano,
Y lo que les está preparado se apresura.
Como dije antes, no es un país de fantasía con
gobernantes imaginarios, el país del que les hablo. Este país es la Argentina;
nos toca a los creyentes orar a Dios sin desmayo para que nos proteja y nos
libere de estos gobernantes enfermos de codicia, antes de que la devastación
sea total.
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