EL CONTENDOR POR LA FE

Dedicatoria:



A la Revista Evangélica homónima que se publicó entre los años 1924 al1993. A sus Directores y Redactores a quienes no conocí personalmente, pero de quienes tomé las banderas, para tratar de seguir con humildad el camino de servir a Dios trazado en la revista durante casi 70 años.



viernes, 25 de diciembre de 2015

EL MESÍAS (Parte II)


EL NACIMIENTO DEL SEÑOR

Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño.

Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor.

10 Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo:

11 que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.

12 Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre.

13 Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían:

14 !!Gloria a Dios en las alturas,
Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!

15 Sucedió que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado.

16 Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.

17 Y al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño.

18 Y todos los que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores les decían.

19 Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.

20 Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho. (Lucas 2:8-20)

El profeta Isaías declaro: “14 Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 7:14)

750 Años después esta profecía tiene su cumplimiento:

18 El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo.

19 José su marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente.

20 Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es.

21 Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.

22 Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo:

23 He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo,
Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros.

24 Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer.

25 Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre JESÚS. (Mateo 1:18-25)



Más allá de la impactante precisión histórica con la que son anticipados por el profeta Isaías los hechos que quedan registrados más de medio milenio más tarde en los evangelios, cabe destacar un detalle que nos arroja dos grandes verdades sobre este acontecimiento. El profeta Isaías había declarado que el nombre de aquel niño nacido milagrosamente de una mujer virgen, tendría por nombre Emanuel, que significa “Dios con nosotros”

El evangelista Mateo se retrotrae a aquella profecía de Isaías y vuelve a citarla textualmente y aclara que todo aquello había sucedido en cumplimiento de dicha profecía. El detalle es que en el v. 25 da a conocer el nombre de aquel niño: Jesús (que significa Salvador)

Sin lugar a dudas aquí no estamos en presencia de una contradicción o falta de acuerdo entre los textos, escritos con 750 años de diferencia, sino más bien una definición de la misión, carácter y naturaleza de aquel niño que acababa de nacer en Belén.

La mayoría de los judíos hoy en día no niegan la existencia de Jesús como una persona históricamente real. Sin embargo ellos, como muchas religiones y denominaciones, tienen una interpretación presente de Jesús como un “enviado” o un “profeta” similar a los del antiguo testamento. Es el punto de vista compartido de muchas religiones en la actualidad desposeer a Jesús de una investidura superior a la de un profeta, o en el mejor de los casos, un ángel.

Nada más lejos de la realidad que el propio Isaías reveló: él no era un profeta, no era un maestro, ni mucho menos un ángel. Él era “Dios con nosotros”

Esto destroza la cosmovisión de muchas creencias a lo largo del tiempo en torno a Jesús sobre su naturaleza y su persona.

Uno de los pasajes más poderosamente explícitos acerca de la naturaleza divina de Jesucristo es 1 Timoteo 3:16 “16 E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, Justificado en el Espíritu, Visto de los ángeles, Predicado a los gentiles, Creído en el mundo, Recibido arriba en gloria.”

“Dios fue manifestado en carne” Dios, entre nosotros. O como lo define Juan: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.” (Juan 1:14) Aquel verbo, que era Dios, (Juan 1:1) habito entre nosotros.

El apóstol Pablo también enseña acerca de la encarnación de Dios mismo, para habitar entre los hombres, hecho como uno de nosotros. En su epístola a los Filipenses dice:

6 el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse,

7 sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres;

8 y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. (Filipenses 2:6-8)



Así pues, este era Emanuel, el Todopoderoso Dios, el que creo los cielos y la tierra y todas las cosas que existen (Juan 1:3) tomando la forma de un pequeño y frágil niño, envuelto en pañales, nacido de manera milagrosa de una mujer virgen. Allí esta, en un pesebre, expuesto a nuestra miserable condición, vulnerable a las mismas enfermedades de cualquier mortal. Allí se hallaba, el pequeño Emanuel, Dios con nosotros, Dios entre nosotros, el Altísimo Señor que en el cielo se sienta en su trono de gloria y ante él se dobla toda rodilla (Filipenses 2:10-11), padeciendo la misma condición que nosotros, llevando nuestros dolores (Isaías 53:4).

La pregunta es ¿Por qué? ¿Por qué el Dios de gloria, creador del cielo y de la tierra, venía a este mundo, despojándose y humillándose a sí mismo, tomando la condición de hombre? ¿Qué era tan importante para Dios, que le llevara a tomar esta decisión?

La respuesta está encerrada en las palabras que el ángel revela a José en Mateo 1:21. La respuesta es su nombre bendito: “21 … y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados…”

Jesús significa “Salvador” Por eso el Ángel le aclara: “porque el salvara a su pueblo de sus pecados”

Los ángeles también dan testimonio de la misión que aquel bendito Dios con nosotros tenía al momento de venir a este mundo en condición de hombre:



13 Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían:

14 !!Gloria a Dios en las alturas,
Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres! (Lucas 2:13-14)

“En la tierra Paz, buena voluntad para con los hombres” Al momento en que el Señor acababa de nacer, las huestes celestiales  alababan a Dios anunciando paz en la tierra. El mesías venia hacer la paz entre Dios y los hombres, así lo explica Pablo en Colosenses 1:20 “20 y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.”

El profeta Isaías también lo declara:

“Más él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.”

Jesucristo venia al mundo hacer la paz con el hombre pecador. El mesías prometido por los profetas venia al mundo, en él estaba puesta la antigua esperanza de que un día un salvador salvaría al hombre del castigo que merecían sus pecados y nos reconciliaría para siempre con Dios. Por eso los ángeles en su alabanza anuncian buena voluntad para con los hombres.

En estas fechas, se celebra en todo el mundo la Navidad. Ateos, agnósticos, católicos, ortodoxos, protestantes, incluso judíos, todos celebran. Pero ¿saben lo que celebran? Sabe el mundo que hace dos mil años en la pequeña ciudad de Belén nacía el mesías, que era Emanuel, Dios mismo con nosotros, hecho hombre, y que era Jesús, el salvador, que venía a traernos paz (Juan 14:27) a todos nosotros. ¿Sabe el mundo que no tiene paz con Dios a causa de sus pecados, y que ese mesías vino a salvarnos, y que ese hecho, insignificante, olvidable, discutible, dudoso a los ojos de la mayoría de las personas, pero sin importar como miren, absolutamente real, es el que define el destino eterno para salvación o para castigo de cada persona que cierra los ojos en este mundo al momento de morir? ¿Sabe el mundo lo que celebra cuando celebra la navidad?

Es mi deseo, que en esta navidad el lector pueda gozarse y alegrarse por la Salvación que Dios nos ofreció, por su bendita venida a este mundo hace dos mil años, y pueda decir como aquellos magos de oriente que tras enterarse de su nacimiento se llegaron desde muy lejos hasta Belén: “venimos a adorarle”

“Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos,

2 diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle.” (Mateo 2:1-2)

domingo, 29 de noviembre de 2015

EL MESÍAS (Parte I)



INTRODUCCIÓN: Hace poco mas de dos mil años.

9 “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo.
10 En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció.
11 A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.
12 Más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios;
13 los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.
14 Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.” (Juan 1:9-14)
Hace poco más de dos mil años, un niño nacía en la ciudad Belén, bajo las más humildes condiciones, envuelto en pañales, acostado en un pesebre, y estudiosos científicos (magos los llama la Biblia) caminan desde tierras lejanas en oriente para rendirle tributo porque la palabra de Dios dada por medio de los profetas había llegado a ellos en algún momento: sabían que el Mesías había nacido.
Herodes, rey de Judea, le consideraba una amenaza y mandaba a matar a todos los niños menores de dos años. María y José los padres de aquel niño huían a Egipto con él y allí se refugiarían hasta la muerte del rey. Luego regresarían a Nazaret, en la región de Galilea, donde el niño crecería y se fortalecería llenándose de sabiduría, y la gracia de Dios era sobre él.
Hace poco más de dos mil años un carpintero de Nazaret era bautizado en el rio Jordán por Juan el bautista.
Su nombre era Jesús. Caminó por polvorientas calles, predicando que la salvación de Dios había llegado a los hombres.
Hace poco más de dos mil años, Jesús anduvo en este mundo, curando enfermos, dando de comer a los hambrientos, y devolviendo la vista a los ciegos.
Los furiosos vientos y las olas del mar se sujetaban a su palabra, y aun la muerte se rindió a sus pies dentro de la tumba de Lázaro, su amigo.
Multitudes le seguían, y poderosos le odiaban. No se hallaba engaño en su boca e intachables era su andar. Perfecto, eternamente santo, como solo Dios puede serlo.
Hace poco más de dos mil años con señales y prodigios, el Señor Jesús caminó en este mundo predicando ser el mesías prometido. Las profecías de los profetas del antiguo testamento se cumplían una tras otra en cada paso que daban sus pies. Creyentes e incrédulos le vieron por igual, unos le siguieron y otros le persiguieron. Todos los suyos le abandonaron, y clavado sobre una cruz experimento la más profunda soledad; hasta el Padre que está en los cielos volvió de él su rostro, y entonces Jesús clamó: “Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado.”
Al momento de su muerte la tierra tembló con violencia y el simbólico velo del templo se rasgó de arriba abajo dejando el acceso libre al lugar santísimo. Y viendo la tierra temblar un centurión romano con gran asombro reconocía “verdaderamente éste era Hijo de Dios.”
Tres días después de esto, ni la muerte le pudo vencer. Y aquel humilde carpintero de Nazaret se levantaba vestido de gloria como Rey de reyes y se elevaba a las nubes del cielo, bajo la mirada de quienes creyeron en él.
Y aquí abajo quedo el testimonio de los hechos que dividieron la historia de la humanidad en dos. Hechos que sin importar como los cuente el hombre, o qué importancia le dé, han sido los que definieron para siempre el destino de las almas de toda la humanidad, pues allá en las profundidades de la historia humana, en el jardín del Edén, poco después de la caída del hombre en el pecado, Dios ya anunció lo que habría de suceder cuando el mesías llegara:
“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.” (Génesis 3:15)
Desde el edén, en aquel momento funesto de la historia humana, Dios dio al hombre en aquellas palabras, una difusa luz de esperanza. Los años pasaron y los profetas revelaron cada vez más sobre el plan que Dios tenia para salvar al hombre de la eterna condena por sus pecados. Aquella luz, resplandecía cada vez más, con cada profecía, con cada revelación, primero con la ley la cual era una sombra de aquel salvador prometido (Hebreos 10:1). Luego con los profetas que lo anunciaban y daban testimonio de él (Juan 5:39). Esa luz de esperanza llego a este mundo hace poco más de dos mil años (Juan 8:12).
Sobre él se crearon cientos de religiones, y se escribieron millones de libros. Pero, más allá de todo lo que en estos dos mil años de historia se pudiera escribir sobre él, lo único que importa y que tiene consecuencias reales y practicas sobre cada ser humano, es lo que él vino hacer.
Se lo llama “el mesías” que significa “ungido”; título que la mayoría de los judíos en el mundo se niegan a darle porque no creen que él sea aquel ungido prometido por los profetas. Y entonces Israel sigue esperándole. Esperan al salvador, un libertador que les libere de la opresión, de sus enemigos, y que finalmente reine sobre su pueblo. Pero entonces, de que habla Dios cuando ni Abraham, Isaac, ni Jacob existían. Allá en el Edén cuando Israel solo estaba en la omnisciente mente del Altísimo; cuando Dios dijo que pondría enemistad entre la simiente de la mujer y la de la serpiente. Allí se vislumbró una salvación absoluta, no solo política, sino por sobre todas las cosas espiritual, y no solo para un pueblo, sino para el mundo entero. Es aquella salvación de la que habla el evangelista Juan, cuando dice:
16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.
17 Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.

Todos sabemos que la herida que se produce en el calcañar difícilmente es mortal para un hombre. Sin embargo la herida que se hace en la cabeza de una serpiente significa, con toda seguridad, su muerte. Muy velado estaba implícito en aquellas palabras el plan de Dios, cuando habla de simiente, refiriéndose a la descendencia. Y cuando habla de la herida refiriéndose a una lucha donde dos contendientes, (el descendiente de los hombres y el de la serpiente) se enfrentarían, y donde se herirían mutuamente pero con un resultado absoluto: la serpiente sería derrotada. Sabemos que a Jesús le gustaba referirse a sí mismo como “el hijo del hombre” lo hace en numerosas ocasiones en los evangelios, y uno de los mejores pasajes es en Mateo 12: 40 cuando dice:
“Porque como estuvo Jonás en el vientre de la ballena tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches.”
Aquí él se refiere a sí mismo como Hijo del hombre, y anticipa el momento en el que permanecería muerto durante tres días y tres noches luego de su crucifixión.
El Señor eligió llamarse a sí mismo hijo del hombre para que los judíos pudieran recordar aquellas palabras de Dios en las cuales en génesis habla sobre la simiente de la mujer. Y para que pudiesen también entender cuando los profetas profetizaban sobre aquel descendiente de Abraham, de Isaac, de Jacob, de David, que sería el Mesías. Jesús usaba ese término para referirse a sí mismo como aquel segundo Adán (1Corintios 15:45-47), hijo de los hombres. Siendo él Dios mismo (Juan 1:1), también era Hombre, engendrado por el poder del Espíritu Santo y nacido de una virgen (Lucas 1:30-35).
El Señor se identificó plenamente con el hombre, porque en lugar del hombre vino a este mundo, a abogar por la causa de todos los hombres (1 Timoteo 2:5), para obtener para todos los hombres la salvación eterna. Aquella obra fue sin dudas la herida en la cabeza de la serpiente.
Este estudio que comenzamos hoy con esta rápida y variada introducción, tratara sobre la persona y la obra del Señor Jesucristo. Han de ser muchísimos los pasajes que estudiaremos, porque toda la suma de todas las páginas de la biblia apunta en referencia a él. En el mismo momento en que Dios pronuncio aquellas palabras en el Edén, el sentido fue el de manifestar que habría un Mesías, un Salvador para toda la humanidad. Y ha sido la voluntad de Dios revelarnos sobre él, y revelarse el mismo de forma presente, física y real; ¿cuándo? Hace poco más de dos mil años.
He titulado este estudio que hoy comenzamos “el mesías” porque él es el ungido de Dios, el elegido para salvar tanto a judíos  como a gentiles. He elegido ese título para este estudio porque Israel aun le espera, porque ellos saben bien lo que significa esa palabra, pero aun no le conocen. Sobre el mesías, el Señor Jesús, comenzaremos a aprender, y a entender por qué vino, para qué vivió treinta y tres años entre nosotros, por qué era necesario que muriera en una cruz, y por qué era necesario que resucitara de entre los muertos tres días después. Estudiaremos por que los profetas hablaron de él, y qué relación hay entre el Señor Jesucristo y la ley que Dios dio a Moisés. Estudiaremos la relación entre Israel, y el Señor Jesucristo; y aprenderemos también sobre su humanidad como representante de los hombres ante Dios, y de su deidad, e infinito poder, honra y gloria como El Hijo, la segunda persona del trino, eterno, y todopoderoso Dios.
Como cierre de esta introducción quiero dejarle al lector un versículo de un pasaje que estaremos estudiando próximamente, y que habla sobre lo que el Señor Jesucristo vino hacer a este mundo, y el propósito de su obra. ¡Medite en el!
21 Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas;
22 el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca;
23 quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente;
24 quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.” (1Pedro 2:21-24)


sábado, 24 de octubre de 2015

LA CONDENA POR LA LEY, LA SALVACIÓN POR LA GRACIA (Parte VII)

LA FE: EL DON DE DIOS
26 “Ellos se asombraban aún más, diciendo entre sí: ¿Quién, pues, podrá ser salvo?
27 Entonces Jesús, mirándolos, dijo: Para los hombres es imposible, más para Dios, no; porque todas las cosas son posibles para Dios.” (Marcos 10:26-27)
Esas fueron las palabras de Jesús cuando aquel joven rico se acercó a él preguntándole que debía hacer para heredar la vida eterna confiado de guardar a la perfección la ley. Luego de enumerarle los mandamientos, Jesús le pide que venda todo lo que tiene y lo de a los pobres. El joven se va entristecido tras la respuesta del Señor. ¿Qué sucedió? Tristemente el muchacho se dio cuenta de que su corazón albergaba una profunda codicia, que no era capaz de guardar la ley a la perfección, y que por tal motivo su fe en sus buenas obras se resquebrajaba como un lienzo viejo. Pero más triste aun fue el hecho de su decisión: prefirió irse y seguir su camino, su vida, y sus pensamientos, como si jamás hubiese sucedido nada. Fue la triste decisión que (al menos hasta donde la biblia nos revela) toma una persona que teniendo la posibilidad de reconocer que solo Cristo puede salvarle, y no sus obras ni su riqueza, da la espalda a esta verdad y prefiere sumergirse por completo en su perdición.
La verdad más poderosa de este pasaje (V 27) es la que ya habíamos explicado en el capítulo anterior de este estudio: lo que el hombre está completamente imposibilitado de hacer es justamente lo que Cristo vino hacer al mundo en lugar de los hombres. Solo el Todo Poderoso Dios podía salvar al finito, impotente, limitado y perdido ser humano.
Lo que nos concierne en este capítulo será la fe. Hemos ya hablado del pecado, de la santidad de Dios, de la gracia de Dios, y ahora es de vital importancia poder entender que es la fe cuando la biblia se refiere a fe, y que parte tiene la fe en la salvación por gracia que dios regala gratuitamente. Y para ello voy a encabezar este tópico con el siguiente versículo:

“8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;
no por obras, para que nadie se gloríe.
10 Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efesios 2:8-10)
Si el lector ha venido siguiendo este estudio desde sus comienzos entonces ya deben existir términos y conceptos familiares para él. De modo que cuando lee: “por gracia sois salvos” sabe que se está refiriendo a una salvación gratuita que Dios le está ofreciendo a todo el mundo. Sin embargo, es muy bueno que el propio pasaje aclare en el V9 “no por obras, para que nadie se gloríe” y mucho mejor aún es entender cuál es la parte que tienen las buenas obras en la vida de quien ha sido salvado por la gracia de Dios: “creados en Cristo Jesús PARA buenas obras (…) PARA que anduviésemos en ellas”
Resalto la palabra PARA ya que es de vital importancia para poder entender el sentido del texto: que sitúa las obras como una consecuencia directa de lo que Dios ha hecho en el alma de una persona. En palabras muy simples: no podría uno pretender que Dios salve a un ser humano de la condena de sus pecados y que esta persona no manifieste ningún cambio en su carácter, animo, humor, costumbres, pensamientos y acciones. Si a una persona le estuvieran dando el mayor regalo de su vida es muy probable que esta persona no vuelva a ser la misma nunca más, en función del simple hecho de que un regalo de semejante proporción provoca una huella imborrable.
Aun con todo, existe un término que aún no explicamos: LA FE.
¿Qué es la fe? ¿Para qué sirve la fe? ¿Qué tiene que ver la fe, con la gracia (concepto que ya conocemos)?
Lo primero que nos puede decir este pasaje respecto de la fe, es que la fe es un medio, un instrumento que tiene una finalidad. (POR MEDIO de la fe).
Lo segundo que este pasaje nos dice sobre la fe es que ésta no es algo que nosotros pudiéramos alcanzar, producir, o ganar de alguna manera, sino que la establece como un don de Dios. Es decir, al igual que la salvación: es algo que Dios da al hombre, de manera gratuita: “…Y esto no de vosotros, pues es don de Dios…”.
Como todo regalo, al ser la fe un don que se da de forma gratuita y determinado al libre albedrio de aquel a quien se le ofrece también puede rechazarse. Siendo tal el caso, le hare una pregunta al lector antes de explicar para qué sirve la fe. Pregunta la cual el lector podrá volver a hacerse y podrá también  volver a chequear los pasajes que la responden luego de que estudiemos para qué sirve la fe. La comprensión bíblica del concepto de fe le dará al lector una perspectiva mucho más profunda de lo que le sucedió al joven rico del pasaje con el que comenzamos este capítulo. La pregunta que formulare es la siguiente: ¿En qué tenía puesta su fe el joven rico?
La respuesta la da el mismo Jesús:
24 Los discípulos se asombraron de sus palabras; pero Jesús, respondiendo, volvió a decirles: Hijos, ¡cuán difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que confían en las riquezas!
25 Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. (Marcos 10:24-25)
Ahora vamos a tener una primera explicación bíblica de para qué sirve la fe:

Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia.
Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham.
Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones.
De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham.
10 Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas.
11 Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá;
12 y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas.
13 Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero,
14 para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu.
15 Hermanos, hablo en términos humanos: Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade.
16 Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo.
17 Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa.
18 Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante la promesa. (Gálatas 3:6-18)
Finalmente llegamos al punto de interés en el que la pregunta es resuelta: “Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones.
El apóstol Pablo explica aquí para qué sirve la fe, y lo hace haciendo referencia a un hecho de transcendencia suprema en el relato bíblico, que es el momento en que Dios promete a Abraham, no solamente la herencia de la tierra prometida, sino la salvación misma, no solo de los judíos sino de todo el mundo al decir: “en ti serán benditas TODAS las naciones”
La fe, regalo de Dios, dado a los hombres como un instrumento sirve específicamente para justificar al hombre, esto es, declararlo justo. Para que el hombre pueda ser declarado justo debe ser limpiado completamente de todos sus pecados. ¿Cómo sucede esto? La explicación está en el significado más intrínseco del concepto fe, es decir: confiar, poner su confianza en algo. Por ejemplo: cuando una persona se sienta sobre una silla, no se pone previamente a revisarla para saber si ésta soportara su peso y lo podrá sostener, a menos claro está, que desconfíe de la capacidad de la silla para sostenerle. Cuando usted se sienta sobre la silla sin cuestionarse la capacidad de esta para sostenerle es porque confía plenamente en que la silla servirá a tal propósito. Eso, en fines prácticos, es ejercer fe, depositar confianza, en algo.
Con este pequeño ejemplo práctico en mente ahora podemos entender el concepto que el apóstol explica: entonces si el hombre es justificado por la fe (y así Dios lo planeo y estableció desde un principio incluso cuatrocientos treinta años antes de dar a Moisés la ley) Esto significa que para poder alcanzar la salvación que Dios ofrece gratuitamente, hay que depositar nuestra confianza en que ALGUIEN, tiene en su obra y en su persona el poder para salvarnos. ¿Se imagina usted quien es ese ALGUIEN? ¿Qué sucedería si una persona pone su confianza en que alguna cosa diferente de ese ALGUIEN, puede salvarle? ¿Le servirá su fe en ello?
Todos ejercemos fe sobre algo, pero, esa confianza, no tendrá más poder ni utilidad para salvarnos que el objeto sobre el cual la depositemos. Si el lector ha venido siguiendo este estudio hasta aquí podrá entender con facilidad que quien está CONFIANDO en que sus buenas acciones, guardar la ley, o sus propios méritos van a ser los que le hagan acreedor de la salvación, se podrá imaginar que su objeto de fe, aquello sobre lo que está depositando su confianza ha de ser como una silla rota, sobre la cual uno se sienta y se hace mil pedazos estrellándose contra el suelo. Y si aún le queda alguna duda, dejemos que el propio texto bíblico se lo explique:
10 Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas.
¿Cumple usted con todas las obras que exige la ley de manera absoluta y perfecta?
11 Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá;
12 y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas.
Como explicamos en los capítulos pasados de este estudio, si usted no es perfecto “nivel Dios” entonces la salvación está completamente fuera de su alcance. Y como “no hay justo ni siquiera uno” (Ro. 3:10) está bastante claro que poner nuestra confianza para salvarnos en cumplir la ley y ser buenos, es poner nuestra confianza en el lugar equivocado. Por eso dice el apóstol que todos los que DEPENDEN de las obras de la ley están bajo maldición. ¿Qué maldición? Se preguntará usted. Pues la misma maldición de la que hemos hablado en los capítulos anteriores, aquella maldición que Dios promulgo contra todo el que transgreda su ley, la misma maldición que recayó sobre Adán, y la misma que recae para todos los hombres: “la paga del pecado es la muerte” (Ro 6:23). Todos nacemos malditos porque todos pecamos y nacemos pecadores, y bajo esa maldición estamos hasta el día que Dios nos salva. Pero la salvación de Dios solo es alcanzada POR MEDIO de la fe.
Ahora bien, otra pregunta más se abre aquí: si la fe solo puede servir de medio para alcanzar la salvación cuando es puesta sobre el objeto correcto, ¿en qué deberíamos poner nuestra confianza para ser salvados? O dicho de una manera más clara: ¿En qué o en quien debemos confiar de que tenga el suficiente poder, justicia, y misericordia por nosotros, y nos salvara del castigo que nuestros pecados merecen? ¿Qué o Quién será nuestro salvador? La pregunta vuelve a ser respondida en el mismo texto y de una manera explícita: 13 Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero…”
Hace poco más de 2000 años aquella promesa que Dios le hizo a Abraham se paró sobre este mundo, camino entre nosotros, sufrió nuestros dolores y cargó con nuestras enfermedades. Lloro como uno de nosotros, se entristeció y sintió cansancio, sed, hambre. Hace poco más de 2000 años ese bendito ser, Dios hecho como uno de nosotros, el Señor Jesucristo cumplió de manera perfecta la ley siendo el justo, sin mancha, sin pecado y en lugar de los injustos, ese bendito ser fue azotado, crucificado, traspasado y muerto, cargando sobre sí mismo la maldición de nosotros, los malditos, para que nosotros siendo los merecedores de la maldición a causa de nuestros pecados, fuésemos perdonados, limpiados y declarados gratuitamente justos delante de Dios. La fe de la que el apóstol Pablo habla aquí en Gálatas es la confianza que una persona pone en este ser bendito, en ese sacrificio. La fe mediante la cual recibimos el regalo de la salvación se resume simplemente en darse cuenta que esta pedido y entender que no importa lo que usted haga, no importa quién sea y lo que haya sido, sea o piense ser, ni cuan miserable sea su condición y su impotencia, ese sacrificio bendito que el señor Jesucristo hizo, es la paga absoluta y completa por la suma de todos los pecados de su vida entera desde el día que ha nacido hasta el día en que usted muera. Si una persona confía en que Jesucristo es quien le salva porque Jesucristo es quien cumplió la ley, sufrió sobre sí mismo la condena de esa ley, y resucito para vencer la muerte que esa ley sentenciaba, tal persona es salvada, y lo es desde el mismo instante en el que pone toda su confianza en el Señor.
En el cierre de este capítulo de este estudio le dejo nuevamente con la pregunta clave: ¿en qué piensa usted que estaba confiando el joven rico?


viernes, 25 de septiembre de 2015

LA CONDENA POR LA LEY, LA SALVACIÓN POR LA GRACIA (Parte VI)

LA GRACIA DE DIOS (parte II)

En la iglesia de Antioquía hubo algunos judíos que obligaban a los gentiles a judaizar, circuncidarse y guardar la ley, y se apartaban de estos para comer. De tal modo fue este hecho que aun Pedro y Bernabé fueron arrastrados a actuar de igual modo por miedo de ellos.
Se estaba sembrando entre los creyentes en Cristo, salvados por la gracia de Dios, un germen de religión. Un sistema de obras y rudimentos para alcanzar la salvación que hacia foco sobre sí mismo y sobre el esfuerzo humano y no sobre el sacrificio de Cristo y la gracia de Dios.
El problema con el que el apóstol Pablo se encuentra cuando llega a Antioquía y ve semejante cosa fue, en simples palabras, que algunos judíos aún no habían entendido el propósito del advenimiento del Señor Jesucristo al mundo, ni mucho menos habían entendido el fin con el que él, siendo Dios se hizo hombre para ser condenado a muerte en la cruz y resucitar triunfal sobre la muerte y el pecado. (Filipenses 2:6-11). Estas personas aún seguían pensando erróneamente que aquella ley que desde la niñez habían aprendido a guardar celosamente, era el fin y la causa absoluta mediante la cual venia la salvación. Ellos aun creían que guardaban lo suficientemente bien los estatutos de Dios como para merecer ser salvos algún día.
En este contexto llega el apóstol Pablo a Antioquía y ve a Pedro y Bernabé en una actitud totalmente cómplice de la situación atemorizados por aquellos que eran de la circuncisión. La reacción del apóstol no se hizo esperar y en ella tenemos el texto que se halla en Gálatas 2:11-21, que he seleccionado en esta sexta entrega de este estudio. El mismo es una explicación muy clara de aquella contraposición que se da entre un sistema religioso instituido con el fin de alcanzar por las obras la salvación, y la gracia de Dios, mediante la cual la salvación es ofrecida gratuitamente por no poder ser alcanzada de ninguna otra manera:
“11 Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar.
12 Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión.
13 Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos.
14 Pero cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?
15 Nosotros, judíos de nacimiento, y no pecadores de entre los gentiles,
16 sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.
17 Y si buscando ser justificados en Cristo, también nosotros somos hallados pecadores, ¿es por eso Cristo ministro de pecado? En ninguna manera.
18 Porque si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor me hago.
19 Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios.
20 Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.
21 No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo.”
El versículo 16 es la clave para entender la contraposición de la que estamos hablando, y en el versículo 19 el apóstol da la primera explicación (la cual luego ampliara y explicara al detalle en el capítulo 3) del verdadero propósito por el cual fue dada la ley: “porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios” Esto es lo que habíamos venido tratando en los capítulos anteriores de este estudio: aquella ley establecida por Dios donde se dictaba sentencia de muerte al hombre pecador (Romanos 6:23); aquella denuncia irrefutable de parte de Dios por la cual se demostraba el pecado del hombre (Gálatas 3:22). Por eso el apóstol dice que por la ley es muerto para la ley, siendo ese el propósito de la ley, establecer la condena y la imposibilidad del hombre para salvarse con su esfuerzo doblegando su orgullo. Este era el hecho que aquellos judaizantes no habían entendido respecto del propósito de la ley, y por ese mismo motivo tampoco habían entendido que era necesario que un sustituto aprobado por Dios, cumpliera y ejecutara sobre sí mismo la ley y la condena que de otro modo habría recaído sobre todos los hombres. Y ese sustituto era Cristo, el cual sin ser pecador, pago sobre sí mismo con la muerte la pena en lugar de todos los pecadores (1Pedro 3:18).
Aquellos judaizantes obligaban a judaizar y vivían como si Cristo no hubiese venido nunca porque ni siquiera habían entendido el verdadero propósito de la ley. Mientras la salvación había venido al mundo y se había derramado en la sangre inocente del cordero de Dios como el sacrificio perfecto y final que la justicia de Dios demandaba para poder dejar exento de condena al hombre pecador siendo esta ya cumplida sobre el mesías, ellos seguían practicando la ley como si la ley y los sacrificios que se ofrecen por la ley fuesen a salvarlos. Distorsionaron el propósito con el que Dios estableció la ley, aunque la propia ley traía en si misma explicitado su propósito, y también el propósito con el que Cristo vino al mundo. Esto mismo es explicado en Hebreos 10: 1-17
10  Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan.
2 De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado.
3 Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados;
4 porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.
5 Por lo cual, entrando en el mundo dice:
    Sacrificio y ofrenda no quisiste;
    Mas me preparaste cuerpo.
6 Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron.
7 Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para
hacer tu voluntad,
Como en el rollo del libro está escrito de mí.
8 Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley),
9 y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último.
10 En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.
11 Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados;
12 pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios,
13 de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies;
14 porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.
15 Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho:
16 Este es el pacto que haré con ellos
Después de aquellos días, dice el Señor:
Pondré mis leyes en sus corazones,
Y en sus mentes las escribiré, m
17 añade:
    Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones.
18 Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado.
El versículo final con el que cerraremos esta sexta entrega del estudio es Gálatas 2:21 donde Pablo termina su explicación mostrando que si la justicia (la limpieza y purificación por la cual el hombre queda sin mancha y sin pecado limpio delante de Dios) fuese por cumplir la ley entonces no sería necesario el sacrificio de Cristo:


“21 No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo.”